Querido Delfín,
Hoy sentí tus ondas délficas una vez más. También estaba en la ducha; me miré al espejo desnuda, sonriente.
No importan demasiado las presunciones ajenas, los comentarios ignominiosos, las expresiones incoherentes que la raza humana profiera sobre nosotros o sobre los otros. Creo que sí me gustaría verte, después de todo, ¿a quién no le gustaría un trago de agua fresca y pura? Ahora, sumergida en la noche, te pienso sin pensarte.
Dime, cuando te miras al espejo de noche y ves tu rostro délfico inefable, ¿te sientes el ser más solitario del Planeta Tierra?
Cuando sientes una soledad tan honda, tan infinita y brutal. Cuando sientes un sol de medianoche en la espalda, una esfera de luz omnipotente en el pecho, una espada de sólido acero en la nuca, un firmamento rojo en la sangre délfica. Se te hiela el pensamiento, Delfín. Te entregas al silencio.
Dime, ¿cumpliste nuestro pacto? Llegará el día en que ya no habrá un mañana, y me contarás de todas tus hazañas, y yo de las mías. Pero hasta entonces, regocíjate con mi ausencia, quizás yo disfrute el abismo que nos separa esta noche.
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